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 nº 176 (Septiembre 1988). Pág. 33-40.
Todo empezó tras el estreno de la última pelÃcula de nuestro atractivo protagonista. Al finalizar la proyección, todo el mundo estaba pendiente de la salida de Humphrey y cuando éste apareció, bueno, aquello parecÃa la marabunta.
Todos los fans se lanzaron sobre su chepa y empezaron a abrazarle, a besarle, a quitarle la ropa... un poquito más y hubiera sido el primer actor de cine violado en público.
Humphrey acabó en el hospital con todo tipo de contusiones y una crisis nerviosa que le dejó postrado en la cama durante varios meses.
Cuando se recuperó, cambió de casa con la intención de conseguir algo de intimidad y evitar que se prodüjeran más incidentes como el que le llevó al hospital.
Pero parece que nuestro amigo no estaba de suerte. El decorador habÃa pintado todas las habitaciones con colores distintos a los que Humphrey habÃa elegido y esto causaba cierta alteración en su desquiciado sistema nervioso.
Sin embargo, éste no era el único inconveniente. Alguien de la constructora habÃa aceptado una suculenta oferta de la prensa para revelar el nuevo escondrijo de Humphrey y, como bien podéis imaginar, todos sus fans ya estaban al corriente.
Desconociendo este peligro, Humphrey se armó de una bota y una brocha y se dispuso a repintar las 40 habitaciones que componÃan su actual mansión.Para colmo de males, la mansión más parecÃa unaconglomeración de trampas que un hogar: habÃa huecos por todas partes, aldosas electrificadas poruna derivación de corriente y unas moscas de lo más pesado cuya picadura es mortal, es decir, justo todo lo que necesitaba nuestro amigo: reposo, paz y tranquilidad.
Menos mal que algo funcionaba bien, el sistema de seguridad que estaba compuesto de los siguientes elementos: interruptores stop, que paralizaban a los intrusos durante un cierto tiempo; interruptores Bom, que producÃan una pequeña explosión que eliminaba a todo aquello que se encontraba dentro de su radio de acción, Humphrey incluido; botiquines, marcados con una cruz roja, que concedÃan a nuestro protagonista la posibilidad de recibir algún contacto de los fans; vaso y botella de whisky, reconstituyente que recogido, en el orden correcto permitÃan a Humphrey enfrentarse con los intrusos; interruptores TELE-TRANS, que transportaban a nuestro protagonista a otra zona de la habitación, baldosas móviles, que dejaban a nuestro amigo moverse por los innumerables huecos que tiene la mansión; y, por último, interruptores OFF, que desactivaban el sistema eléctrico, permitiendo a Humphrey pasar temporalmente por las baldosas electrificadas.
Aun con todas estas ayudas, «Humphrey» es, posiblemente, uno de los arcades más difÃciles a los que hemos tenido el gusto de enfrentarnos.
Y decimos el gusto, porque sus caracterÃsticas técnicas son las acostumbradas en la mayorÃa de los programas españoles: gráficos y movimiento correctos y muy graciosos, aunque quizás este último sea un poco lento; multitud de fases a resolver; elevadÃsimo grado de acción y un desarrollo bastante original.
Cuando llevéis unos diez minutos jugando es bastante probable que hayáis tirado el joystick por la ventana o penséis en llamar al programador, Jorge Granados, para regalarle los oÃdos con algún que otro piropo, porque, repetimos, «Humphrey» posee un nivel de dificultad que raya en la locura.
A ver si algunos programadores británicos aprenden de los productos que se hacen en nuestro paÃs, porque desde luego, calidad e innovaciones no les faltan a ninguno en general ni a «Humphrey» en particular.
PUNTUACIÓN:
Originalidad: 8
Gráficos: 8
Movimientos: 8
Sonido: 8
Dificultad: 10
Adicción: 10